22 de Septiembre de 2021
Según la Organización Mundial de la Salud, en 2018 el total de casos de cólera registrados en todo el mundo disminuyó en un 60%. Esto ha sido posible gracias a las estrategias de vigilancia y contención de las enfermedades, dedicadas a detectar y detener precozmente los brotes, pero también a atender a la población con mejores medidas higiénicas y sanitarias entre las que, por supuesto, se encuentran las vacunas contra el cólera. Sin embargo, esta enfermedad sigue siendo un problema en algunos lugares con pocos recursos económicos y escasa infraestructura sanitaria, en los que algo como la conservación de las vacunas puede ser todo un reto. Es por esto que un equipo de científicos de las Universidades de Tokio y Chiba decidieron buscar formas innovadoras de desarrollar vacunas del cólera con ayuda de un recurso tan accesible como el arroz.
Las inyectables son las más complicadas de almacenar y administrar, por lo que ya existen cuatro alternativas consistentes en gotas que se dejan caer en la lengua. Pero también necesitan frío. Lo que estos científicos proponen, por lo tanto, va más allá, ya que se trata de una vacuna comestible, a base de polvo de arroz machacado.
De momento solo han superado la primera fase de ensayos clínicos. Queda mucho camino por recorrer, pero los resultados obtenidos hasta el momento son muy prometedores.
¿Por qué son tan necesarias las nuevas vacunas contra el cólera?
El cólera es una enfermedad digestiva, causada por la bacteria Vibrio cholerae, que se transmite a través del agua no potable y los alimentos contaminados. Se caracteriza por la presencia de diarreas muy intensas, que pueden causar rápidamente la deshidratación y la muerte de los pacientes.
De hecho, aunque en los países desarrollados es prácticamente una desconocida, se calcula que causa entre 21.000 y 143.000 muertes al año.
Las vacunas del cólera son una herramienta esencial para detener estas muertes. Y gracias a la ingeniería genética, en unos años podríamos tener una totalmente innovadora.
Granos de arroz modificado genéticamente
En busca de vacunas contra el coronavirus fáciles de almacenar y administrar, estos científicos, cuyos resultados se acaban de publicar en Lancet Microbe, optaron por una opción comestible, a la que han bautizado como MucoRice-CBT.
Y, para ello, comenzaron cultivando arroz modificado genéticamente para que en sus células se sintetice una alternativa inocua de la toxina B de la bacteria del cólera. Así, cuando alguien consume ese arroz, no se genera la enfermedad. Pero su sistema inmunitario sí reconoce la toxina y reacciona como si se hubiese producido una infección. Esta reacción acaba con la síntesis de anticuerpos específicos y células de memoria que quedan preparadas para lanzar mucho más deprisa a todo el batallón defensivo en caso de que tenga lugar otra infección.
Una vez cultivadas estas plantas de arroz, los granos se muelen hasta obtener un polvo muy fino, que se almacena en envases de aluminio. Este paso no requiere frío. Después, cuando se vaya a usar, solo es necesario mezclarlo con 90 mililitros de líquido. Esta mezcla es la que bebe el paciente. De momento en los ensayos clínicos ese líquido ha sido una solución salina. No obstante, creen que el resultado sería el mismo con agua corriente.
La forma de administración es muy importante, pues los granos de arroz almacenan la toxina en gotitas, llamadas cuerpos proteicos, que pasan directamente al tracto digestivo. Así, llegan lo antes posible al lugar en el que en un futuro se puede producir el foco de la infección.
Finalmente, otro dato interesante de esta, es que, al contrario que otras vacunas del cólera, no se centra en el microorganismo atenuado, sino solo en una toxina. Por un lado esto evita posibles efectos secundarios. Por otro, al tener esta toxina una estructura similar a la de otras bacterias, como E.coli, parece ser que se genera protección cruzada contra otras enfermedades de las que se conocen como diarreas del viajero.
¿Qué se ha hecho en el ensayo clínico?
Como viene siendo habitual en la primera fase de los ensayos clínicos, esta ha ido dirigida a probar en un grupo reducido de pacientes la seguridad del fármaco y la dosis más adecuada.
Por eso, los 30 voluntarios recibieron cuatro dosis espaciadas dos semanas, que podían ser de 3 mg, 6 mg o 18 mg. Ninguna de ellas provocó efectos secundarios preocupantes. Además, todas generaron una respuesta inmunitaria contra la bacteria del cólera, aunque la mejor fue la de la dosis mayor. Esta respuesta se midió analizando los niveles de dos tipos de anticuerpos, la IgA y la IgG.
El único dato preocupante fue que hubo 11 voluntarios que tuvieron una respuesta baja o nula. Aún no se conoce el motivo, pero los autores del estudio creen que puede estar relacionado con la microbiota intestinal. Es decir, con la población de microorganismos beneficiosos que viven en nuestro sistema digestivo. Se sabe que está muy vinculada a la eficacia del sistema inmunitario, por lo que es algo plausible.
Por eso, en un comunicado de prensa señalan que será muy importante analizar este factor en la eficacia de las vacunas del cólera, tanto en la suya como en el resto. De momento, en su caso, deberán realizar nuevos ensayos con un grupo más grande de pacientes. Explican que es necesario porque entienden que solo 30 personas no son suficientes para comprender la influencia de los no respondedores.
Queda mucho por hacer; pero, desde luego, esta investigación pone de manifiesto lo mucho que nos queda por descubrir de las vacunas. Y es que desde que Edward Jenner vacunó a aquel primer niño con la viruela bovina la historia de las vacunas ha avanzado a pasos de gigante. De momento solo hemos erradicado una enfermedad humana. Precisamente la viruela contra la que luchó Jenner. Otras, como la polio, están contra las cuerdas, pero falta un pasito más. La ciencia ha avanzado tanto que ante la peor pandemia del último siglo hemos dispuesto de varias vacunas en solo un año. Ahora vemos también que las vacunas comestibles pueden ser una alternativa útil contra determinadas enfermedades como el cólera. Sin lugar a la más mínima de las dudas, podemos estar muy orgullosos de la ciencia.
Por: Azucena Martín
Tomado: hipertextual.com